Un día de oficina en algún momento del siglo XX. Cuatro empleados grises trabajan maquinalmente en un caos de objetos analógicos. Su actividad no parece producir nada concreto pero, como a gimnastas, la repetición rutinaria de movimientos los ha dotado de destreza física y los convierte en ejecutores precisos de absurdas secuencias coreográficas. Amanuenses es una comedia física disparatada y es también una declaración de amor a la materialidad de una época cuyos vestigios tienden a desaparecer.
FICHA ARTÍSTICA Y TÉCNICA:
Intérpretes: Martín Bertani, Constanza Feldman, Juan Jimenez, Emmanuel Palavecino.
Composición y música en vivo: Pablo Viotti.
Escenografía: Ariel Vaccaro.
Iluminación: Matías Sendón.
Vestuario: Estefanía Bonessa.
Modista: Marta Dieguez.
Diseño gráfico: Andrés Mendilaharzu.
Colaboración en dramaturgia: Agustín Mendilaharzu.
Coach vocal: Julia Morgado.
Producción: Emmanuel Palavecino, Lourdes Elias, Constanza Feldman.
Asistencia de dirección: Lourdes Elias.
Idea y dirección: Constanza Feldman.
Agradecimientos: Teatro Bravard; Matías Feldman; Santiago Gobernori; Galpón de Guevara; Pierpaolo Olcese; Daniela Talarico; Cintia Dattoli; Walter Jakob; Mariano Llinás; Laura Paredes; Fito Reynals; Mercedes Torre; Tomás Grimson; Gloria Barros; Reina Fainberg; Antonella Santecchia; El Pampero Cine; tío Mario; al gaucho gil.
Redes sociales: @amanuenses.laobra
Amanuenses estrenó el 4 de mayo de 2025 en el teatro Galpón de Guevara, CABA. Allí realizó funciones los domingos de mayo y junio.
Dijo la crítica
"Amanuenses": teatro físico sobre el día de oficina en vías de extinción. La obra es también una declaración de amor a la materialidad de una época cuyos vestigios tienden a desaparecer. Por ANDigital.
Excelente clima laboral. La obra nos presenta una típica jornada laboral en una oficina del siglo XX: los "amanuenses" son cuatro empleados grises, anónimos y comunes (la propia Constanza Feldman junto a Martín Bertani, Juan Jimenez y Emmanuel Palavecino) que llegan, se saludan, cuelgan sus sacos y se disponen a desplegar sus quehaceres: primero acomodan la mesa de trabajo con sus típicos materiales como papeles, biromes, resaltadores y sellos. Luego, comienzan el trabajo, que consiste en leer, escribir, firmar, tomar notas, corregir documentos que no sabemos bien qué son, pero tampoco importa demasiado. Todas estas acciones simples y cotidianas, las realizan a la par, en un ejercicio de coordinación precisa, como si fueran una máquina perfecta.
Pero de a poco, el componente realista, que sirve como anclaje situacional y temporal, se empieza a "romper", dando lugar a la "excepción": uno de los cuatro empleados realiza un gesto, movimiento o sonido que no está regulado por un objetivo enmarcable dentro de las rutinas de la oficina, como si al autómata se le hubiera salido una tuerca, y esto provoca una "falla en la matrix". La excepción, entonces, comienza a contaminar el relato escénico hasta infectarlo por completo. Como una lupa puesta sobre lo cotidiano, que primero amplifica y estudia cada movimiento, pero que luego comienza a deformarlo hasta revelar sus dimensiones grotescas, arbitrarias, caricaturescas. Esos movimientos y gestos, liberados de su lógica práctica, se convierten en formas puras que permiten que la coreografía, con sus detalles milimétricos, asuma el primer plano. Así, el descontrol toma la escena y los empleados, con una destreza física notable, se van alienando más y más: dan vueltas como locos, tiemblan, hasta que finalmente a uno se lo "traga" el escritorio, como si fuera una hoja chupada por la fotocopiadora. Por Leticia Frenkel para La Agenda Revista.